Malvinas: medio siglo de andar y desandar los caminos
La columnaHabrá que convencer a Londres de que los tiempos han cambiado. Pero primero deberemos convencernos nosotros.
Siempre hay “novedades” que no lo son tanto en el conflicto por la soberanía en Malvinas con Gran Bretaña. No funciona por el lado de la retaliación, se prueba por el lado de la seducción. Es un dilema que acompaña la dinámica del conflicto, al menos en el último medio siglo, luego del mayor logro diplomático argentino, la Resolución 2065 aprobada en Naciones Unidas durante el gobierno de Arturo Illia. El documento firmado la semana pasada en Buenos Aires con Londres parece inscribirse en esa dinámica pendular, al cabo de una retórica intransigente y un bloqueo de los vínculos con la población kelper que no dio mejores resultados.
Precisamente en estos días se cumplen 50 años de un episodio recordado con visos de leyenda patriótica: el Operativo Cóndor, el secuestro y desvío de un avión de Aerolíneas, protagonizado por un grupo de jóvenes nacionalistas, que aterrizaron en Malvinas con el propósito de izar allí banderas argentinas. Ese mismo día, el 28 de septiembre del ’66, el canciller Nicanor Costa Méndez, designado por la dictadura que había derrocado a Illia, debía exponer en la Asamblea de la ONU en Nueva York y referirse a las conversaciones con Gran Bretaña, mientras el príncipe Felipe de Edimburgo estaba en Buenos Aires como huésped del general Onganía.Aunque los muchachos “cóndores” se dieron el gusto y pasaron por héroes, el episodio terminó mal para nuestro país, que 16 años más tarde repetía la escena con el mismo canciller y bajo otra dictadura. Aquella descabellada idea de septiembre del ’66 iría en serio en abril del ‘82: la Junta Militar anunciaba el desembarco en las islas y su restitución a la soberanía argentina. El rechazo del recurso al uso de la fuerza caía rendido ante un hecho consumado que buscaba lograr un alto rédito interno con bajo costo externo. Como sabemos, no sería así. Los daños internos y externos serían desmesurados comparados con aquella momentánea demostración de fuerza que terminaría en guerra y derrota. Hoy, como entonces, las conexiones aéreas entre el territorio insular y el continente vuelven a tener un papel relevante. Habrá que ver si servirán además para convencer a Londres de que los tiempos definitivamente han cambiado. Dependerá de ellos, pero primero de nosotros llegar a ese convencimiento.
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