Malvinas: ¿somos capaces de una vida en común?
La columna de Lanata
Imaginamos unas Malvinas que no existen: pequeñas y vacías. Las islas tienen 12.173 km cuadrados (son, por ejemplo, la mitad de Tucumán) y albergan a unas cinco mil personas (2.931 civiles y dos mil militares). Nadie piensa ni discute, nunca, que haríamos con esas personas si mañana, por azar, nos devolvieran Malvinas: ¿fusilarlos? ¿Darles planes? ¿Detenerlos?
Uno de mis recuerdos mas fuertes de las islas -donde estuve hace unos años filmando un documental-fue descubrir, en la escollera de Stanley, el monumento que recuerda “la invasión”; quiero decir: un monumento en el que nosotros éramos los invasores. “In memory of those who liberated us” (En memoria de aquellos que nos liberaron. 14 June 1982”, se inscribe en la piedra).Esta semana las islas volvieron a saltar a nuestra imaginación después de un paso en falso del presidente que se reveló como un novato: nadie puede convertir en oficial un comentario elegante de pasillo. Para colmo, todo terminó peor: la canciller Malcorra terminó enmendándole la plana como si Macri fuera un cadete de la Cancillería.
¿Habrá aprendido el gobierno que si un presidente dice una pavada debe ser el mismo quien se desdiga? Así las cosas, las islas imaginarias y las reales, el fanatismo y su neblina volvieron a las páginas de los diarios. Una nación no es sólo un sentimiento compartido sino, también, el reconocimiento de sus habitantes en derechos y deberes comunes: lazos reales que los impulsen a mantener la convivencia. Nada de eso existe hoy con quienes habitan las islas.
Un país con un alto grado de descomposición social, con un tercio de pobres, la mitad de los chicos que no termina el secundario y serios problemas de corrupción y de administración de justicia quiere, por obra de magia y sin pasos previos, discutir una unión de por vida con unos miles de campesinos ingleses.
No parece posible a menos que vuelva a intentarse la guerra: en este momento una batalla con Uruguay nos dejaría sin la mitad del territorio.
Argentina le debe a la derrota de Malvinas gran parte del derrumbe de la dictadura pero, a la vez, un retroceso cualitativo inmenso en la relación con las islas.
En la década del setenta actividades conjuntas que hoy discuten Malcorra y Duncan eran moneda corriente: en 1971, a partir de la llamada “Declaración de Buenos Aires”, se estableció entre Argentina e Inglaterra sobre Malvinas un servicio aéreo regular, comunicaciones navales, postales y telegráficas, facilidades turísticas, asistencia hospitalaria para los isleños, envió de maestras argentinas a Puerto Stanley, becas de estudio a los malvinenses, instalación de una oficina de LADE (Líneas Aéreas del Estado) en la capital de las islas, etc.
El primer vuelo regular de LADE con aviones Albatros fue el 12 de enero de 1972, con tres horas de duración desde el continente. Durante una década 1972-1982 LADE cubrió servicios aéreos entre Comodoro Rivadavia y Puerto Argentino: 1515 vuelos que transportaron 212.597 pasajeros, 465.763 kilos de carga en 3.553 horas de vuelo.
En el mismo año, 1972, el barco Bahía Buen Suceso hizo varios viajes, en ellos Argentina envió dos maestras para enseñarle castellano a los isleños, cuadrillas de técnicos de YPF para instalar tuberías y equipamiento para gas envasado, un barco de YPF viajó periódicamente llevando gas para consumo hogareño. En “Malvinas, el mito destruido” el Dr. Mario Calvi recuerda que en 1970 se entregó el primer DNI a un isleño -hecho que da por tierra afirmaciones de Cristina sobre el punto - Juan Alejandro Reid, hijo de un santacruceño que se casó con la isleña Pamela Margarita Mc Leed. En aquel periodo 22 niños cruzaron al continente para estudiar en los colegios Santa Gilda, San Jorge de Quilmes, Northlands y Barker College de Lomas de Zamora.
La vida conjunta es más lenta pero, también más verdadera. Los “negocios” conjuntos -me refiero a los joint ventures mencionados por Malcorra- enrarecerían la vida y nos pondrían en cinco minutos frente a la discusión eterna de la soberanía, que hasta ahora ha hecho la vida imposible. A la hora de repartir propiedad o ganancias es lógico que cada uno fundamente la validez de su parte en derechos de posesión. Siendo como somos parte de un mismo país, ¿seremos capaces de construir una vida en común?
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