Perdón a los héroes de Malvinas por tanto olvido
EL COMENTARIO. Una sociedad que tardó en aplaudir a sus soldados
¡Querido héroe! Quien te escribe esta carta, ese 2 de abril de 1982, con 12 años, se despertó con la noticia de la recuperación de las Islas Malvinas. Azorado, miraba al pueblo con con banderitas celestes y blancas que iba a Plaza de Mayo a festejar el inicio de una guerra, esa mezcla de argentinismo barato en tono futbolero.
Fue irracionalidad pura el haberte llevado a combatir sin la preparación ni el armamento para enfrentar a una potencia colonial del mundo. Pero estabas vos y tus sueños forjados en amar este suelo, y ese coraje de defender ese territorio que nos pertenece por derecho.
Estaban los canales que hablaban del valor de los pilotos, del coraje de nuestros soldados, del terrible hundimiento del Belgrano. Y estaban otros que desde el balcón declamaban aquello de “si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla”.
Otros enviamos cartas y chocolates que nunca llegaron, donábamos ropa y anillos, y sufríamos con las imágenes y la declaraciones que aunque te mostraban optimista, te observábamos cansado, con falta de alimento y abrigo. Poco a poco, les fueron dando la espalda. La guerra era reemplazada por un Mundial de fútbol, mientras vos enfrentabas a los gurkas en una gélida trinchera. Finalmente, un 13 de junio, una ráfaga de ametralladora puso fin a tus apenas 18 años en el combate final por Puerto Argentino.
Hoy, a 35 años del inicio de la Guerra de Malvinas y con tu cuerpo en una de las blanca y frías tumbas de cementerio de Darwin, te pido perdón por tanto olvido de tus camaradas, por la falta de memoria en el día a día. Mis oraciones para tu alma y la fuerza a tu familia. Te envío un fuerte abrazo, con lágrimas, con mi escarapela en tu honor y con la firme convicción de que en paz, ese territorio será, por fin, nuestro.
Roberto Peláez
robertopelaez3@yahoo.com.ar
Una sociedad que tardó en aplaudir a sus soldados
Curioso caso el de Malvinas. Siempre fueron unas tierras áridas que supieron mantener vivo el fervor por la Patria y sembrar las semillas de la unidad nacional. Quizá sea una de las pocas cuestiones, si no la única, capaz de aglutinar las díscolas voluntades argentinas en una dirección común.
El 2 de abril, además de un arrebato chauvinista de militares golpistas, fue también una aletargada causa nacional contra un colonialismo obsoleto. Entonces el imperio británico estaba a punto de ceder ese enclave sin destino histórico y demasiado oneroso para la corona, pero los militares argentinos hicieron pie allí con el propósito de quedarse en las Islas...y en el poder de la República, que habían usurpado a sangre y fuego. Setenta y cuatro días y 649 muertos propios después del desembarco, Malvinas pasó a ser durante mucho tiempo un largo y doloroso silencio:la crueldad del olvido fue peor que la derrota.
Sobrevivientes, muchos mutilados, heridos en cuerpo y alma, sintieron vergüenza ajena de una sociedad y una dirigencia que los barrió bajo la alfombra y casi no lloró a los muertos. Eran incómodos. Se añoraba quizá los días festivos del triunfalismo militar, cuando en las canchas argentinas se gritaba “¡goooollll!” cada vez que en el fragor de los combates se anunciaba la caída de un avión inglés.
Con el tiempo, el sentimiento por Malvinas se fue recreando. Por las Islas y la idea de pertenencia, pero no por quienes combatieron en la aventura de la reconquista. Hubo pensiones y medallas, pero sin el calor popular merecido. Hasta que en el desfile militar del Bicentenario, el año pasado, la Patria se hizo aplauso y el aplauso ovación, al paso de los ex soldados y ex oficiales de aquella guerra absurda.
Por fin el sentimiento por Malvinas y quienes pusieron el pecho a los misilazos del invasor histórico se tomaron de la mano. Ya sin culpas, sin los Galtieri y sin el fútbol para sublimar heridas. Sólo ellos, los héroes y la gente. Y la gratitud eterna a las 649 vidas bajo cruces blancas en la Patria lejana.
Fue irracionalidad pura el haberte llevado a combatir sin la preparación ni el armamento para enfrentar a una potencia colonial del mundo. Pero estabas vos y tus sueños forjados en amar este suelo, y ese coraje de defender ese territorio que nos pertenece por derecho.
Estaban los canales que hablaban del valor de los pilotos, del coraje de nuestros soldados, del terrible hundimiento del Belgrano. Y estaban otros que desde el balcón declamaban aquello de “si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla”.
Otros enviamos cartas y chocolates que nunca llegaron, donábamos ropa y anillos, y sufríamos con las imágenes y la declaraciones que aunque te mostraban optimista, te observábamos cansado, con falta de alimento y abrigo. Poco a poco, les fueron dando la espalda. La guerra era reemplazada por un Mundial de fútbol, mientras vos enfrentabas a los gurkas en una gélida trinchera. Finalmente, un 13 de junio, una ráfaga de ametralladora puso fin a tus apenas 18 años en el combate final por Puerto Argentino.
Hoy, a 35 años del inicio de la Guerra de Malvinas y con tu cuerpo en una de las blanca y frías tumbas de cementerio de Darwin, te pido perdón por tanto olvido de tus camaradas, por la falta de memoria en el día a día. Mis oraciones para tu alma y la fuerza a tu familia. Te envío un fuerte abrazo, con lágrimas, con mi escarapela en tu honor y con la firme convicción de que en paz, ese territorio será, por fin, nuestro.
Roberto Peláez
robertopelaez3@yahoo.com.ar
Una sociedad que tardó en aplaudir a sus soldados
Curioso caso el de Malvinas. Siempre fueron unas tierras áridas que supieron mantener vivo el fervor por la Patria y sembrar las semillas de la unidad nacional. Quizá sea una de las pocas cuestiones, si no la única, capaz de aglutinar las díscolas voluntades argentinas en una dirección común.
El 2 de abril, además de un arrebato chauvinista de militares golpistas, fue también una aletargada causa nacional contra un colonialismo obsoleto. Entonces el imperio británico estaba a punto de ceder ese enclave sin destino histórico y demasiado oneroso para la corona, pero los militares argentinos hicieron pie allí con el propósito de quedarse en las Islas...y en el poder de la República, que habían usurpado a sangre y fuego. Setenta y cuatro días y 649 muertos propios después del desembarco, Malvinas pasó a ser durante mucho tiempo un largo y doloroso silencio:la crueldad del olvido fue peor que la derrota.
Sobrevivientes, muchos mutilados, heridos en cuerpo y alma, sintieron vergüenza ajena de una sociedad y una dirigencia que los barrió bajo la alfombra y casi no lloró a los muertos. Eran incómodos. Se añoraba quizá los días festivos del triunfalismo militar, cuando en las canchas argentinas se gritaba “¡goooollll!” cada vez que en el fragor de los combates se anunciaba la caída de un avión inglés.
Con el tiempo, el sentimiento por Malvinas se fue recreando. Por las Islas y la idea de pertenencia, pero no por quienes combatieron en la aventura de la reconquista. Hubo pensiones y medallas, pero sin el calor popular merecido. Hasta que en el desfile militar del Bicentenario, el año pasado, la Patria se hizo aplauso y el aplauso ovación, al paso de los ex soldados y ex oficiales de aquella guerra absurda.
Por fin el sentimiento por Malvinas y quienes pusieron el pecho a los misilazos del invasor histórico se tomaron de la mano. Ya sin culpas, sin los Galtieri y sin el fútbol para sublimar heridas. Sólo ellos, los héroes y la gente. Y la gratitud eterna a las 649 vidas bajo cruces blancas en la Patria lejana.
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