Debate
Malvinas: política más sensata y estable
Vicente Palermo
No sabemos a ciencia cierta si en la cuestión de las islas Malvinas se están generando novedades perdurables o no, y cuáles son exactamente sus perfiles. A la búsqueda de una respuesta, podemos examinar aquí dos campos: el de los intelectuales públicos y/o especialistas, y, brevemente, el de la política oficial.
Percibo en el primer campo un cambio prometedor, expresado por un excelente artículo publicado recientemente por Dante Caputo y Andrés Cisneros (canciller y vicecanciller en los 80 y los 90 respectivamente) con quienes siempre ha sido posible debatir respetuosa y amigablemente (La Nación, 31/03). Nuestros autores parecen comenzar por un conocido lugar común de una franja de los especialistas: Argentina recuperará las islas cuando “ordene su vida interna, se reinserte con peso propio en el escenario regional y haga valer el prestigio que gane en consecuencia”.
Pero se trata de una auténtica verónica, un quite para despejar el camino hacia donde quieren llegar: cooperar con Gran Bretaña y dejar para el futuro la discusión de soberanía. No dicen cómo ni porqué Londres habría de comprometerse a discutir en un futuro, pero lo relevante es que la obsesión soberanista es sensiblemente atenuada.
Esta atenuación también se hace patente en lo que los autores califican de “visión política” sobre Malvinas. Para ellos, “son más que un territorio... En un país que se ha quedado sin ‘pegamento social’, representan uno de los pocos temas que reúnen a una amplia mayoría de argentinos”. Esto podrá parecer a algunos -para mí, entre ellos- una exagerada malvinización de la Nación, pero si consideramos por ejemplo un artículo publicado aquí mismo por Caputo en 2016, veremos que esta vez los autores han puesto sordina a la exaltación. Y bregan por hacer crudamente públicas nuestras limitaciones, sin sazonarlas con expectativas triunfalistas. Aún más atrevido frente a la ortodoxia malvinera es lo que los autores afirman respecto a los isleños. Sí, parten del canon, “nuestro país reconoce sus intereses, no así sus deseos”.
Pero hacen una osada pirueta (muy meritoria a mi juicio) debido a la cual terminan importándose por los deseos isleños: “El gobierno británico jamás discutirá la soberanía contra la voluntad de los isleños. En consecuencia, de lo que se trata es de ingeniar cómo los habitantes de las islas pueden cambiar también la suya y cómo les resultaría atractiva alguna forma gradual y creciente de integración, dentro de muchos años, entre ambas sociedades”. Más claro imposible.
La diferencia central con Cisneros y Caputo es otra, que puedo expresar sucintamente: mientras los innovadores como ellos se obsesionan por las islas Malvinas, los heterodoxos se obsesionan por la causa Malvinas. Ellos se devanan los sesos tratando de encontrar los caminos que lleven a la “recuperación”. Los heterodoxos querríamos lograr que la causa Malvinas deje de ser el “pegamento” de la nacionalidad, al considerar que es un pegamento, el del nacionalismo territorial, que cierra el paso a formas alternativas de concebir la Nación. Francamente, para decirlo de un modo algo brutal, a lo heterodoxos no nos importa recuperar las Malvinas, lo que nos importa es recuperar el patriotismo republicano, que se aleja del nacionalismo territorial y se fundamenta en el cuadro constitucional de derechos y deberes, de ciudadanía y gobierno de la ley, de diversidad cultural e histórica.
Pero he aquí un sorpresivo punto en común, fuerte, con los innovadores: la voluntad de los isleños. Para el patriotismo republicano respetar la voluntad de los isleños es básico.
No se trata, en realidad, de sacar a relucir el “principio de autodeterminación”, que se aplica a pueblos colonizados y sería aquí muy artificial. Pero sí de una declaración que podría tener un estatus político no inferior: la soberanía deberá estar supeditada a la voluntad de los isleños. Y Caputo y Cisneros se aproximan en mucho a ello, al afirmar que debemos ingeniárnosla para conseguir que los isleños cambien su voluntad. Claro, para los heterodoxos esto podría sonar algo amedrentador, teniendo en cuenta tristes antecedentes (inclusive los ingleses estuvieron alguna que otra vez dispuestos a hacer el trabajo sucio de alterarles la voluntad, antes de 1982, claro).
Pero hoy esto es secundario. Lo que importa es -quiero ser optimista- que hay un camino de aproximación, no necesariamente de consenso, que podría llevarnos tanto a una contribución en la tarea de refundar bases identitarias de nuestra nacionalidad, como a una política oficial para Malvinas más sensata y estable, basada en la cooperación, en el paraguas de soberanía y en el respeto (en lugar de oscilar, como bien lo ha observado Juan Gabriel Tokatlian desde estas mismas páginas, entre las diplomacias de la seducción y del enojo).
Vicente Palermo es politólogo e investigador del Conicet. Miembro del Club Político Argentino.
Percibo en el primer campo un cambio prometedor, expresado por un excelente artículo publicado recientemente por Dante Caputo y Andrés Cisneros (canciller y vicecanciller en los 80 y los 90 respectivamente) con quienes siempre ha sido posible debatir respetuosa y amigablemente (La Nación, 31/03). Nuestros autores parecen comenzar por un conocido lugar común de una franja de los especialistas: Argentina recuperará las islas cuando “ordene su vida interna, se reinserte con peso propio en el escenario regional y haga valer el prestigio que gane en consecuencia”.
Pero se trata de una auténtica verónica, un quite para despejar el camino hacia donde quieren llegar: cooperar con Gran Bretaña y dejar para el futuro la discusión de soberanía. No dicen cómo ni porqué Londres habría de comprometerse a discutir en un futuro, pero lo relevante es que la obsesión soberanista es sensiblemente atenuada.
Esta atenuación también se hace patente en lo que los autores califican de “visión política” sobre Malvinas. Para ellos, “son más que un territorio... En un país que se ha quedado sin ‘pegamento social’, representan uno de los pocos temas que reúnen a una amplia mayoría de argentinos”. Esto podrá parecer a algunos -para mí, entre ellos- una exagerada malvinización de la Nación, pero si consideramos por ejemplo un artículo publicado aquí mismo por Caputo en 2016, veremos que esta vez los autores han puesto sordina a la exaltación. Y bregan por hacer crudamente públicas nuestras limitaciones, sin sazonarlas con expectativas triunfalistas. Aún más atrevido frente a la ortodoxia malvinera es lo que los autores afirman respecto a los isleños. Sí, parten del canon, “nuestro país reconoce sus intereses, no así sus deseos”.
Pero hacen una osada pirueta (muy meritoria a mi juicio) debido a la cual terminan importándose por los deseos isleños: “El gobierno británico jamás discutirá la soberanía contra la voluntad de los isleños. En consecuencia, de lo que se trata es de ingeniar cómo los habitantes de las islas pueden cambiar también la suya y cómo les resultaría atractiva alguna forma gradual y creciente de integración, dentro de muchos años, entre ambas sociedades”. Más claro imposible.
Pero he aquí un sorpresivo punto en común, fuerte, con los innovadores: la voluntad de los isleños. Para el patriotismo republicano respetar la voluntad de los isleños es básico.
No se trata, en realidad, de sacar a relucir el “principio de autodeterminación”, que se aplica a pueblos colonizados y sería aquí muy artificial. Pero sí de una declaración que podría tener un estatus político no inferior: la soberanía deberá estar supeditada a la voluntad de los isleños. Y Caputo y Cisneros se aproximan en mucho a ello, al afirmar que debemos ingeniárnosla para conseguir que los isleños cambien su voluntad. Claro, para los heterodoxos esto podría sonar algo amedrentador, teniendo en cuenta tristes antecedentes (inclusive los ingleses estuvieron alguna que otra vez dispuestos a hacer el trabajo sucio de alterarles la voluntad, antes de 1982, claro).
Pero hoy esto es secundario. Lo que importa es -quiero ser optimista- que hay un camino de aproximación, no necesariamente de consenso, que podría llevarnos tanto a una contribución en la tarea de refundar bases identitarias de nuestra nacionalidad, como a una política oficial para Malvinas más sensata y estable, basada en la cooperación, en el paraguas de soberanía y en el respeto (en lugar de oscilar, como bien lo ha observado Juan Gabriel Tokatlian desde estas mismas páginas, entre las diplomacias de la seducción y del enojo).
Vicente Palermo es politólogo e investigador del Conicet. Miembro del Club Político Argentino.
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