Tribuna
Malvinas: con cada gobierno, la tentación de improvisar
Alejandro Corbacho
Dos cambios sustanciales justifican un replanteo de la estrategia para alcanzar una solución de la disputa por Malvinas, aceptable para ambas partes. Por un lado, el Reino Unido decidió abandonar la Unión Europea y, por otro, en la Argentina fue electo un gobierno de signo distinto al que gobernaba desde 2003.
Tres gobiernos han seguido distintas aproximaciones para abordar la búsqueda de las soluciones. Para nosotros, el objetivo final, soberanía, está establecido en la Constitución Nacional. Por ello, para esta nueva etapa sería útil recapitular qué hicieron en su momento para mejorar el criterio sobre el curso de acción a seguir. Al de Raúl Alfonsín le tocó la difícil tarea de reencauzar las negociaciones luego de la derrota militar de junio de 1982. Para Gran Bretaña el tema había sido resuelto y no había nada que discutir. Luego de largas negociaciones, al final de su gestión se alcanzó la aceptación de reinstalar el paraguas de soberanía y dejó abierto el camino para restablecer las relaciones diplomáticas.
Carlos Menem abordó el tema Malvinas dentro de un conjunto de medidas que apuntaron a insertar al país entre las naciones occidentales. Al final de su gestión, se habían restablecido las relaciones diplomáticas con el Reino Unido, los argentinos pudieron volver visitar las islas con el pasaporte nacional, se reactivaron los vuelos desde nuestro territorio y se alcanzaron una serie de acuerdos para cooperar en los espacios comunes en temas de interés mutuo.
Muy crítico de las actuaciones de los gobiernos anteriores, desde el inicio de su gestión en el 2003, el kirchnerismo adoptó una postura más confrontativa. Cesó la cooperación pesquera, en hidrocarburos y búsqueda de petróleo offshore, se limitaron las comunicaciones marítimas y anunció que iniciaría acciones legales contra empresas que operaran en el área en disputa. Se cerró todo tipo de búsqueda para acordar acciones conjuntas. El sustento de esta postura era que la cooperación sólo favorecía al Reino Unido y que Argentina no recibía nada a cambio. Sin diálogo alguno, se hizo imposible alcanzar los objetivos nacionales. No lograron generar conversaciones serias sobre estos temas y terminaron reforzando el nacionalismo isleño. Peor aún, se vació el Atlántico Sur de presencia argentina. A pesar de la prédica nacionalista, desmanteló la capacidad naval para patrullar nuestra Zona Económica Exclusiva y desafiar las medidas unilaterales británicas.
Lo que todos los gobiernos anteriores tuvieron en común fue la esperanza de alcanzar el éxito en el corto plazo. Pasaron 35 años desde el conflicto y pueden pasar muchos más para solucionarlo. Para encarar las negociaciones deberíamos dejar de lado la “impaciencia latina” y aprender de los chinos, quienes saben ejercer la “paciencia estratégica”. A medida que transcurre el tiempo las condiciones pueden ir cambiando. El futuro está abierto y deberíamos ser capaces de usarlo a nuestro favor.
Alejandro Corbacho es Profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCEMA
Tres gobiernos han seguido distintas aproximaciones para abordar la búsqueda de las soluciones. Para nosotros, el objetivo final, soberanía, está establecido en la Constitución Nacional. Por ello, para esta nueva etapa sería útil recapitular qué hicieron en su momento para mejorar el criterio sobre el curso de acción a seguir. Al de Raúl Alfonsín le tocó la difícil tarea de reencauzar las negociaciones luego de la derrota militar de junio de 1982. Para Gran Bretaña el tema había sido resuelto y no había nada que discutir. Luego de largas negociaciones, al final de su gestión se alcanzó la aceptación de reinstalar el paraguas de soberanía y dejó abierto el camino para restablecer las relaciones diplomáticas.
Carlos Menem abordó el tema Malvinas dentro de un conjunto de medidas que apuntaron a insertar al país entre las naciones occidentales. Al final de su gestión, se habían restablecido las relaciones diplomáticas con el Reino Unido, los argentinos pudieron volver visitar las islas con el pasaporte nacional, se reactivaron los vuelos desde nuestro territorio y se alcanzaron una serie de acuerdos para cooperar en los espacios comunes en temas de interés mutuo.
Muy crítico de las actuaciones de los gobiernos anteriores, desde el inicio de su gestión en el 2003, el kirchnerismo adoptó una postura más confrontativa. Cesó la cooperación pesquera, en hidrocarburos y búsqueda de petróleo offshore, se limitaron las comunicaciones marítimas y anunció que iniciaría acciones legales contra empresas que operaran en el área en disputa. Se cerró todo tipo de búsqueda para acordar acciones conjuntas. El sustento de esta postura era que la cooperación sólo favorecía al Reino Unido y que Argentina no recibía nada a cambio. Sin diálogo alguno, se hizo imposible alcanzar los objetivos nacionales. No lograron generar conversaciones serias sobre estos temas y terminaron reforzando el nacionalismo isleño. Peor aún, se vació el Atlántico Sur de presencia argentina. A pesar de la prédica nacionalista, desmanteló la capacidad naval para patrullar nuestra Zona Económica Exclusiva y desafiar las medidas unilaterales británicas.
Lo que todos los gobiernos anteriores tuvieron en común fue la esperanza de alcanzar el éxito en el corto plazo. Pasaron 35 años desde el conflicto y pueden pasar muchos más para solucionarlo. Para encarar las negociaciones deberíamos dejar de lado la “impaciencia latina” y aprender de los chinos, quienes saben ejercer la “paciencia estratégica”. A medida que transcurre el tiempo las condiciones pueden ir cambiando. El futuro está abierto y deberíamos ser capaces de usarlo a nuestro favor.
Alejandro Corbacho es Profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCEMA
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