Cuatro cartas de adiós desde Malvinas
En pequeñas hojas amarillentas de la vieja compañía de correos Encotel, o en clásicas hojas número cinco de carpeta escolar -siempre con letra apretada por el frío o la inminencia del combate-, los hombres que combatieron en Malvinas contaron lo que pasaba en sus corazones mientras las bombas iluminaban la noche, el viento penetraba sus gastados uniformes, la metralla enemiga quebraba el silencio de sus trincheras.
La despedida de un padre a sus hijos, la enseñanza de un maestro a sus alumnos, el adiós de un soldado a su padre, el mensaje de un gendarme a su hijo poco antes de caer en una batalla. Cuatro conmovedoras cartas que hablan de la guerra, pero sobre todo hablan del amor infinito de estos combatientes por sus familias y por la Patria.
La carta del Mayor Falconier a sus hijos antes de ser derribado por un misil inglés
Dejó las cartas guardadas en un portafolio, allí en el escritorio donde solía dibujar. El mayor Juan José Ramón Falconier (vicecomodoro post mortem) le dijo a su mujer el día que partía hacia la guerra: "Dejé dos sobres, uno para vos y otro para los chicos por si no vuelvo".
En la mañana del 7 de junio de 1982, mientras cumplía una misión de reconocimiento sobre la Isla Soledad, un misil superficie-aire impactó en la cola del T-24, el Lear Jet LR-35 del Escuadrón Fénix. El avión se convirtió en una bola de fuego y cayó en tirabuzón al oeste de la Isla Borbón. Junto a Falconier, murieron los cuatro miembros del Nardo 1. Tenía 38 años.
El piloto dejó cuatro hijos y uno en camino: su mujer, Claudia, estaba embarazada de María Belén. El oficial de la Fuerza Aérea les legó a los dos mayores –Alejandra "Mononi", de siete años, y Juan José "Ñequi", de seis- este conmovedor mensaje de honor y coraje. Ellos debían transmitírselo a los más pequeños: Eduardo, de dos años, y María de los Ángeles, de uno.
A Ñequi y Mononi:
Su padre no los abandona, simplemente dio su vida por los demás, por ustedes y vuestros hijos… y los que hereden mi PATRIA.
Les va a faltar mi compañía y mis consejos, pero les dejo la mejor compañía y el más sabio consejero, a DIOS; aférrense a EL, sientan que lo aman hasta que les estalle el pecho de alegría, y amen limpiamente, que es la única forma de vivir la "buena vida", y cada vez que luchen para no dejarse tentar, para no alejarse de EL, para no aflojar. Yo estaré junto a ustedes, codo a codo aferrando el amor.
Sean una "familia", respetando y amando a mamá aunque le vean errores, sean siempre solo "uno", siempre unidos.
Les dejo el apellido: Falconier para que lo lleven con orgullo y dignifiquen, no con dinero ni bienes materiales, sino con cultura, con amor, con belleza de las almas limpias, siendo cada vez más hombre y menos "animal" y por sobre todo enfrentando a la vida con la "verdad", asumiendo responsabilidades aunque les "cueste" sufrir sinsabores, o la vida misma.
Les dejo:
– Muy poco en el orden material,
– un apellido: "Falconier", y
– a DIOS (ante quien todo lo demás no importa)
– Muy poco en el orden material,
– un apellido: "Falconier", y
– a DIOS (ante quien todo lo demás no importa)
Papá
Para que mis hijos lo lean desde jóvenes y hasta que sean viejos, porque a medida que pasen los años, adquieran experiencia, o tengan hijos, le irán encontrando nuevo y más significado a estas palabras que escribí con amor de padre.
La carta del maestro Julio a sus alumnos: "Cierro los ojos y veo sus caritas riendo y jugando"
Era pacifista y amaba a Ghandi. Sus héroes eran San Martín y Belgrano. Lucía con orgullo su siempre almidonado guardapolvo blanco: desde que tenía memoria había querido ser maestro. Se recibió de bachiller docente y luego estudió profesorado de literatura en la escuela Pedro de Elizalde. La guerra lo encontró enseñando en la Escuela n°32 de Laferrere. Y algo le golpeó el corazón. Julio Rubén Cao tenía 21 años cuando le comunicó a su familia que había decidido ir de voluntario a las islas Malvinas.
Partió el 12 de abril de 1982 hacia Puerto Argentino. Dejó a su madre, Delmira, con lágrimas en los ojos y una frase que recuerda sin fisuras hasta el día de hoy: "¿Ves ese pino que está ahí? lo planté yo. Ahora voy a tener una hija y solo me falta escribir el libro. Lo voy a hacer cuando vuelva de Malvinas y voy a contar todo lo que viví". Pero Julio no volvió y nunca conoció a su hija Julia María, que nació dos meses después de finalizada la guerra.
Antes de caer en la batalla de Monte Longdon, el 10 de junio de 1982, de un tiro en la espalda, el soldado Cao escribió una carta para sus alumnos de tercer grado. La escuela hoy lleva su nombre.
A mis queridos alumnos de 3ro D:
No hemos tenido tiempo para despedirnos y eso me ha tenido preocupado muchas noches aquí en Malvinas, donde me encuentro cumpliendo mi labor de soldado: Defender la Bandera.
Espero que ustedes no se preocupen mucho por mí porque muy pronto vamos a estar juntos nuevamente y vamos a cerrar los ojos y nos vamos a subir a nuestro inmenso Cóndor y le vamos a decir que nos lleve a todos al país de los cuentos que como ustedes saben queda muy cerca de las Malvinas. Y ahora como el maestro conoce muy bien las islas no nos vamos a perder.
Chicos, quiero que sepan que a las noches cuando me acuesto cierro los ojos y veo cada una de sus caritas riendo y jugando; cuando me duermo sueño que estoy con ustedes.
Quiero que se pongan muy contentos porque su maestro es un soldado que los quiere y los extraña.
Ahora sólo le pido a Dios volver pronto con ustedes. Muchos cariños de su maestro que nunca se olvida de ustedes. Afectuosamente
Julio
La carta del gendarme Acosta a su hijo: "Quiero que sepas que podés sentirte orgulloso de tu padre"
Se fue sin despedirse. Pasó frente a la escuela, donde su hijo Diego cursaba sexto grado, y siguió de largo: "No quise interrumpir la clase, estaba de uniforme y no quería que pensaran que uno buscaba ufanarse por el clima de algarabía que existía por Malvinas", le dijo a un compañero ya en las islas.
El 26 de mayo de 1982 fue la última vez que el sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta le dio un beso a su mujer Virginia, acarició a su hija Sandra, y partió de su casa de Paso del Rey hacia las islas para no regresar jamás.
Aterrizó en Puerto Argentino el 28 de mayo de 1982, integrando la Compañía de tropas Especiales 601, Escuadrón Alacrán de Gendarmería. Dos días más tarde tuvo su bautismo de fuego: el helicóptero Puma en el que patrullaba recibió el impacto de un Sea Harrier británico. El piloto evitó que la nave se estrellara, pero en tierra comenzó a incendiarse. Acosta sacó a tres compañero de entre las llamas. El aparato, cargado de municiones, explotó. El ataque británico mató a seis miembros del escuadrón, solo sobrevivieron cuatro.
Siete días después Ramón sintió la necesidad de escribirle a su hijo. "No quiero que esté enojado porque no me despedí y que eso lo distraiga de sus estudios", le dijo a un suboficial. El 2 de junio, en su refugio, redactó en un pequeño y arrugado papel la carta para Diego. Nunca imaginó que esa no sería una carta más: sería su testamento.
El 10 de junio, cerca de las once de la mañana y en proximidades del Monte Kent -muy lejos de su Formosa natal- cayó herido de muerte por el impacto de un proyectil de mortero. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Diego estaba por cumplir 12 años cuando recibió la carta de su papá.
Querido hijo Diego, qué tal muchacho? Cómo te encuentras?
Perdóname que no me haya despedido de ti, pero es que no tuve tiempo, por eso es que te escribo para que sepas que te quiero mucho y te considero todo un hombrecito y sabrás ocupar mi lugar en casa cuando yo no estoy.
Te escribo desde mi posición y te cuento que hace dos días íbamos en un helicóptero y me bombardearon, cayó el helicóptero y se incendió, murieron varios compañeros míos pero yo me salvé y ahora estamos esperando el ataque final.
Yo salvé tres compañeros de entre las llamas. Te cuento para que sepas que tienes un padre del que puedes sentirte orgulloso y quiero que guardes esta carta como un documento por si yo no vuelvo: o si vuelvo para que el día de mañana cuando estemos juntos me la leas en casa.
Nosotros no nos entregaremos, pelearemos hasta el final y si Dios y la Virgen permiten nos salvaremos. En estos momentos estamos rodeados y será lo que Dios y la Virgen quieran.
Recen por nosotros y fuerza hasta la victoria final.
Un gran abrazo a tu madre y a tu hermana – cuídalos muchos, como un verdadero Acosta. Estudiá mucho.
¡VIVA LA PATRIA!
Un gran abrazo a tu madre y a tu hermana – cuídalos muchos, como un verdadero Acosta. Estudiá mucho.
¡VIVA LA PATRIA!
Papá
La carta de despedida del teniente Estevez a su padre: "Dios ha dispuesto que muera en Malvinas"
La orden llegó a la madrugada. Había que preparar el armamento porque los ingleses avanzaban hacia Pradera del Ganso, en el extremo nordeste de la Isla Soledad. El 28 de mayo de 1982 amaneció con el cielo cerrado, denso, gris. Los 40 hombres de la compañía C del Regimiento 25 de Infantería de Colonia Sarmiento, Chubut, al mando del teniente Roberto Néstor Estévez, se desplegaron en abanico y se refugiaron en unas trincheras. Estaban en la primera línea de combate.
El fuego enemigo comenzó a menos de 200 metros. La Compañía C quedó en el medio de un tiroteo entre los ingleses y otro regimiento argentino que estaba a sus espaldas. El teniente buscó un cambio de posición. Mandó un soldado a comunicar la idea a la otra compañía. El joven nunca llegó a destino: una bala de un francotirador le pegó de lleno en la cabeza. Otro soldado fue herido en una pierna.
Dos balazos habían pegado en el cuerpo de Estévez, uno en la pierna y otro en el brazo. Sin embargo, al ver al joven herido, comenzó a arrastrarse hacia la trinchera. "No parecía sentir dolor y seguía dando órdenes, dispuesto a continuar la batalla", recordó el soldado Sergio Rodríguez años más tarde. Tomó un fusil FAL y siguió disparando.
En medio del combate, gritando ordenes, Estévez se dio cuenta que Rodríguez no tenía casco. Buscó uno de un caído en el fondo de la trinchera y se lo puso para protegerlo. Para hacerlo, tuvo que incorporarse. En ese instante, una bala le pegó en el pómulo derecho. Nadie pudo salvarlo. Murió en la trinchera. Tenía 25 años. "Verlo combatir era ver a un valiente", dijo el soldado que lo vio caer en esa cruenta batalla.
Antes de partir a Malvinas, Estévez dejó dos cartas: una para su novia y otra para su padre. Presentía que iba a morir en Malvinas. Las escribió el 27 de marzo de 1982, en Sarmiento, Chubut, y le pidió a un soldado que si no volvía se las hiciera llegar a sus seres queridos. Estas cartas fueron su despedida para la mujer de su vida y para su numerosa familia de diez hermanos.
Querido papá,
Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡que misión! ¿no es cierto?
¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es:
1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo.
2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante.
3) que recen por mí.
1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo.
2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante.
3) que recen por mí.
Papá, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española; gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite.
Un fuerte abrazo.
Dios y Patria ¡O muerte!
Un fuerte abrazo.
Dios y Patria ¡O muerte!
Roberto
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