POR MARCELO LARRAQUY – Clarin
Un comando peronista secuestró en 1966 un avión, aterrizó, e izó la bandera argentina.
IMÁGENES
Reivindicación. La Presidenta, junto a una de las banderas llevadas a las Malvinas en 1966./PRESIDENCIA
03/04/14
Cuando las ruedas del avión Douglas DC4 se enterraron en la pista hípica de la isla Soledad en la mañana del 28 de septiembre de 1966, bastante lejos de la residencia del gobernador, el Operativo Cóndor empezaba a deshacerse.
El objetivo de máxima del comando de civiles del nacionalismo peronista -18 en total, de un promedio de 22 años- era tomar la residencia, el centro cívico y la base militar. Dardo Cabo, dirigente metalúrgico de la JP, conminó al contralmirante José Guzmán, gobernador de Tierra del Fuego, que formaba parte del pasaje, que tomara el mando de las islas; éste se negó. Entonces pisaron tierra, izaron siete banderas argentinas, reemplazaron “Puerto Stanley” por “Puerto Rivero” y cantaron el himno nacional.
Estaban rodeados de colonos, que los miraban con curiosidad (pensaban que el avión había tenido un desperfecto), y también por soldados y las Fuerzas de Autodefensa de las islas, más de un centenar de hombres. Para entonces, el grupo ya apostaba al objetivo de mínima: reclamar por la soberanía argentina de las islas y llamar la atención de la ONU , que en 1965 había llamado a Inglaterra y la Argentina a una negociación.
Cabo había organizado el operativo Cóndor con su entonces pareja María Cristina Verrier, quien legó a la presidenta Fernández de Kirchner una de las banderas que exhibió ayer. Habían ido reclutando hombres de distintas facciones de la Juventud Peronista - católicos, nacionalistas, de la resistencia- y también contaron con el apoyo del dueño del diario Crónica, Héctor Ricardo García, que había subido a la nave como un pasajero más. Apenas se supo la noticia en Buenos Aires, hubo quemas de banderas inglesas. También se incomodó al Príncipe de Edimburgo, invitado a jugar un partido de polo con la presencia del dictador Juan Carlos Onganía. Por entonces, en las islashabía oficinas de Líneas Aéreas del Estado (LADE) e YPF y existían convenidos educativos entre los isleños y el continente. Incluso, según apunta Natasha Niebieskikwiat en su libro “Kel-pers”, la primera pista de aterrizaje para aviones comerciales fue construida en 1972 con la colaboración logística argentina.
Aquella mañana de septiembre del 66, el grupo peronista logró tomar de rehén a algunos isleños y al jefe de las milicia local; los introdujo en el avión. Tras algunas horas de tensión, bajo una lluvia torrencial, intercedió el sacerdote católico de Malvinas, Rodolfo Roel, y los persuadió para iniciar una negociación.
Cabo le pidió que diera una homilía en la nave. El pasaje fue alojado en casas de isleños. A las 36 horas del aterrizaje, el comando entregó sus armas al piloto, a quien reconocieron como autoridad para dar fin al operativo, y desconocer así al mando británico. Embarcaron al día siguiente en un buque argentino y pasaron varios meses presos en Río Gallegos. Onganía los acusó de “piratería”. Perón, exiliado en Madrid, ponderó el Operativo en una carta. Los isleños ayudaron a desenterrar el avión, que volvió al continente.
El destino de aquellos jóvenes del comando fue atravesado por la violencia política argentina de los años 70. Muchos murieron asesinados en la dictadura, desaparecieron, les explotaron bombas o fueron fusilados por comandos de ultraderecha o de la guerrilla.
Una historia que supera los detalles de esta aventura y es más difícil de explicar.
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