28/09/11 - 01:33 - Clarin
Aún falta establecer un piso de verdad histórica que, entre otras cosas, permitiría poner límites a las formas en las que se califica a la guerra, a sus actores, y a sus responsables.
Por Federico Lorenz (Historiador)
Malvinas todavía necesita memoria, verdad y justicia
Sea doblemente bienvenida la propuesta de debate de Vicente Palermo sobre Malvinas planteada una semana atrás en esta sección. En primer lugar, porque es una discusión necesaria. Luego, porque proviene del campo de la centro izquierda democrática, una rareza, ya que en general la “iniciativa” sobre el tema ha estado en manos de la derecha más o menos desembozada, sea esta republicana o nacionalista facciosa.
De los ejes propuestos, me concentraré en lo que Palermo llama “decisiones simbólicas y legales” en relación con Malvinas y la guerra. Para el autor, “este diferendo (…) está cargado pesadamente por la terrible experiencia de la guerra y por la fuerza asertiva de la causa (…) Despojar al diferendo Malvinas de esos lastres (…) es una tarea ardua, pero que iría en el sentido de nuestro mejor interés nacional”. Propongo exactamente lo contrario: que no se trata de “despojar” el conflicto del “lastre” de la guerra, sino de llevar al extremo la reflexión sobre lo que implica precisamente esa interrelación, inscribiéndola en la misma clave por la que desde hace décadas revisamos el pasado dictatorial: la memoria, la verdad y la justicia.
¿Por qué debemos hacerlo? Sencillamente, porque no podemos imaginar una nación, ni su soberanía, ni una guerra omitiendo las condiciones históricas en las que ésta se produjo, más aún cuando hasta ahora el medio más frecuente para hacerlo han sido precisamente esos: abstraer ”Malvinas” del proceso histórico, sea por ubicarlo en el plano de lo sagrado (la causa nacional) o lo execrable (la maniobra de la dictadura). En este mecanismo coinciden, paradójicamente, tirios y troyanos
Esta tarea es lenta y trabajosa, pero estratégica. En los lugares más diversos de nuestro país “Malvinas” emerge como una causa. Pero no lo hace de forma monocorde, ya que la guerra fue vivida de muy distintas maneras. Desde el año 2006 he participado en las acciones que el Ministerio de Educación nacional desarrolla en relación con la guerra de 1982. En esa tarea, hemos aprendido que pensar que todos los que reivindican la causa de Malvinas son apólogos de la dictadura es tan autoritario como lo es calificar de “antipatrias” a quienes buscan los matices del contexto histórico en el cual la guerra se produjo. Lamentablemente, es en gran medida en esa clave que la discusión aún se plantea. Pero abierto el debate (y allí son claves las preguntas de las generaciones nuevas) emerge un espacio vacante potencialmente riquísimo.
Hannah Arendt definió los momentos de verdad como instantes en los que la resolución de los conflictos entre el pasado y el futuro aportarían valores claves para una sociedad democrática: “un interregno determinado por cosas que ya no existen y cosas que aún no existen”. Tal vez los 30 años de la guerra sean uno de esos “momentos”, y de allí que otras acciones institucionales serían claves. Así como el Juicio a las Juntas de 1985 lo fue para la comprensión del terrorismo de Estado, el impulso de juicios por la verdad sobre Malvinas, la publicación oficial del Informe Rattenbach (o de una historia oficial sobre el conflicto) serían poderosas herramientas para potenciarlo, ya que contribuirían a establecer un piso de verdad histórica que entre otras cosas permitiría poner límites a las formas en las que se califica a la guerra, a sus actores, y a sus responsables.
¿Qué sucedería si extendiéramos a Malvinas la política de memoria, verdad y justicia? Hace falta una palabra que señale que no puede haber honra en las manos manchadas de sangre de compatriotas, aunque luego combatan contra un enemigo imperial. Que redefina, fruto del proceso de justicia, a quiénes debe una comunidad reconocer en su sacrificio y su entrega.
Es clave pensar en la función pedagógica del recuerdo, e imaginar un relato sobre Malvinas desde sus consecuencias, tomando su fuerza como ficción orientadora. En relación con el feriado nacional, no es posible borrar marcas en la memoria de millares de argentinos, pero sí lo es ofrecerles un sentido distinto. Por ejemplo, definir la guerra como lo que fue: una decisión autoritaria de un gobierno ilegítimo y sanguinario, que retrasó por décadas la paciente construcción diplomática de distintos gobiernos y funcionarios argentinos. Pero producida ésta, distinguir entre sus combatientes a quienes sin ser cómplices de la dictadura enfrentaron a una potencia imperialista y en muchos casos a sus propios oficiales en nombre de todos.
Llevó muchos años reconocer “resistencias” en la vida cotidiana en los centros clandestinos de la dictadura en lugar de ver “traiciones” y “quiebres”. Es de rigor que los intelectuales comprometidos con la verdad y la democracia hagamos el esfuerzo de pensar conceptos y lenguajes que se hagan cargo de lo que somos también para Malvinas. Emergerá así una clave de lectura de la guerra que dará cuenta de la historia y del futuro: aquella que enfatiza que aunque no la buscaron, debemos también al sacrificio de los ex soldados combatientes en Malvinas, a los muertos, a sus familias, esta democracia que aunque imperfecta permite, por ejemplo, escribir estas palabras, o imaginar la disputa por las Malvinas en el marco de una política regional que ya no vea a los vecinos como enemigos.
Se la debemos tanto como a los luchadores por los derechos humanos, a los delegados corajudos, a las víctimas del terrorismo de Estado.
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