domingo, 25 de septiembre de 2011

Malvinas: nuestro problema no son las islas sino la causa

22/09/11-Clarin

El conflicto con Gran Bretaña sigue cargado por la traumática experiencia de la guerra y por su carácter emblemático de un nacionalismo que nos ha perjudicado.


Cuando escuchamos “Malvinas” los argentinos pensamos por lo menos en otras tres cosas. Primero, en un diferendo de carácter territorial, segundo, en la guerra de 1982 y, tercero, en la causa nacional que tiene por norte la recuperación del archipiélago . El diferendo territorial sería parecido a muchos de los que hubo y hay en cualquier parte del mundo: dos estados disputan un territorio y, en los tiempos que corren, deben hacerlo en los carriles del derecho internacional y la diplomacia.
Digo “sería” porque este diferendo es en verdad algo muy diferente: está cargado pesadamente por la terrible experiencia de la guerra y por la fuerza asertiva de la causa. Mi convicción es que despojar al diferendo Malvinas de esos lastres, convirtiendo al conflicto en un simple diferendo, es una tarea ardua, pero que iría en el sentido de nuestro mejor interés nacional. Como se aproximan las tres décadas de la guerra, y los debates al respecto empiezan a perfilarse, así como las publicaciones a menudear, tematizar esta posibilidad es necesario.
¿En qué consiste la causa Malvinas? Se trata de una configuración discursiva, que incluye un relato del pasado, una interpretación del presente, y un mandato en relación al futuro. La causa Malvinas reza que los argentinos fuimos víctimas de un despojo. Como consecuencia la Argentina está sufriendo una mutilación territorial.
La mutilación territorial y el despojo hacen de la nación una entidad incompleta. Esto implica que la redención territorial (la “recuperación” de las islas) sea una condición necesaria de la afirmación nacional. Precisamente porque la nación está incompleta, debemos ser enfáticamente nacionalistas.
Esto exalta el nacionalismo, y en particular una variante del nacionalismo: la que percibe la nación como víctima, despojada, mutilada e incompleta.
En verdad, la causa Malvinas es un modo particular del nacionalismo argentino, es un precipitado en el que se integraron, a lo largo del tiempo, nociones, formas, palabras, símbolos, creencias, memorias, propias de ese nacionalismo.
De tal modo, las Malvinas terminan constituyendo “el ADN de la identidad nacional”, y esta identidad se define a partir de una falta.
Se piensa así la identidad nacional desde la cuestión Malvinas, y no esta última desde la identidad nacional.
Por fin, para la causa Malvinas, que la verdad y la justicia están del lado argentino es en los hechos un postulado. El examen crítico o la discusión de las premisas (jurídicas, políticas, etc.) de la posición argentina son inadmisibles, precisamente porque ellas se desprenden, no tanto de “hechos”, como de las propias creencias básicas de la causa.
Por todo esto, aquello que se relaciona con Malvinas, su pasado, su presente, su futuro, es visto a la luz de la causa, y ésta condiciona gran parte de nuestra relación con el mundo. Es el caso del conflicto bélico de 1982, que recibió el apelativo de “causa justa en manos bastardas”, y tiende cada vez más frecuentemente a ser considerado una gesta – distinguiendo, eso sí, como si fuera posible, el respaldo popular y la invasión, de los dictadores.
La reivindicación de esa guerra está presente entre nosotros en muchas formas, desde la determinación del 2 de abril como feriado nacional hasta la obstinación en denominar Puerto Argentino a la capital de las islas (no sin decir, eso sí, que habremos de respetar el modo de vida de los isleños). La causa le da forma a las pautas de nuestra diplomacia, de un modo tal que resulta inevitable que nos mintamos a nosotros mismos.
Por ejemplo, sostenemos que los británicos se niegan a negociar pero, ¿reconocemos acaso que nosotros tampoco estamos dispuestos a hacerlo? Para que haya una auténtica negociación, ambas partes deben estar dispuestas a ceder en una parte significativa de sus pretensiones.
Pero la posición argentina es absolutamente rígida (fijada por la disposición constitucional transitoria); ¿qué es lo que Argentina podría así negociar? También sostenemos que los británicos, con su negativa, “violan las resoluciones de la Asamblea General” o del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, omitiendo el hecho obvio de que tales resoluciones apenas instan a las partes a negociar (sin pronunciarse en el fondo de la cuestión, dígase de paso).
¿Frente a quién se oscurecen estos puntos de la cuestión? Frente a la opinión pública doméstica que, sin elementos de juicio, termina reforzando su fe en los lugares comunes de la causa. Pero un curso de acción alternativo, que encare con valentía la complejidad del problema y como tal lo presente a la opinión pública, es posible.
Entre las propuestas concretas disparadoras del debate deberían estar, a mi juicio, las siguientes: 1. la propuesta a Gran Bretaña de reeditar la fórmula del “paraguas de soberanía” como marco para una política de cooperación de gran alcance ; 2. el reconocimiento de los isleños (malvinenses/Falklanders) como sujetos de derechos y deseos y no apenas de intereses; 3. la remoción de la cuestión Malvinas de la cúspide de las prioridades de la política exterior argentina y 4. la adopción de algunas decisiones simbólicas y legales (como la relacionada al feriado del 2 de abril).
Restituir a la cuestión Malvinas al lugar importante pero no prioritario que debería tener está en función del mejor interés nacional. Es hora de hacerlo.

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