lunes, 10 de noviembre de 2014

Malvinas: No recaer en la diplomacia de los giros acrobáticos

Debate.Rodolfo H. Gil

Una de las características salientes del relacionamiento de Argentina con el mundo, desde Menem hasta nuestros días, ha sido la práctica de la política del bandazo. En términos políticos podríamos llamar bandazo al arte de ejecutar un giro acrobático que permite a su ejecutante variar su posición original en 180º, sin causas aparentes que lo justifiquen. En ese sentido, Malvinas son un caso paradigmático. Arrancamos en los 90’s con la política de “seducción” para arribar a una rabiosa malvinización, en la peor de sus acepciones (incluyendo flamígeros discursos y hostigamiento a pacíficos contingentes de turistas). Ninguna de esas herramientas demostró ser apta para los fines proclamados.

El Foreign Office desdeñó las zalamerías y las varias concesiones, sin reciprocidad alguna, de la Cancillería menemista cuando decretó que no habría negociación posible sin la participación, y aprobación de lo acordado, por parte de los isleños. Tampoco tomó con seriedad el escalamiento de las tensiones con Inglaterra, en las administraciones CFK, que han tenido más en cuenta las encuestas de popularidad presidencial que un efectivo avance en el proceso de recuperación de las Islas.  Cualquier similitud con Mrs. Thatcher debe ser desestimada. La realidad demostraría que, fracasadas  tanto la política de la ingenuidad y la excentricidad, para ser benevolentes con los términos, como la de la rebeldía adolescente, habría que intentar alternativas que mariden al interés nacional con el realismo.

Para ello debemos partir de algunas premisas. Las Islas Malvinas en manos extrañas es una herida abierta en el alma de los argentinos y en el cuerpo de la Patria. Pero ello no nos  debe evitar ser realistas. Nuestro punto de partida, en la negociación, es de una gran debilidad. Las islas están en manos de Inglaterra y perdimos una guerra. Conflicto mezquino en los objetivos perseguidos por sus perpetradores, improvisada en su planificación, disparatada en la evaluación del marco de alianzas internacional que el momento ofrecía y que, como si todo lo anterior fuera poco, desaprovechó algunas de las escasas ventajas que dio la efímera ocupación. La derrota de la cual lo único que puede rescatarse es el heroísmos de nuestros combatientes, dio pie a Inglaterra para retrotraer los importantes avances bilaterales y multilaterales que se habían alcanzado a través de los años.

La única manera de abordar un proceso satisfactorio para los intereses nacionales es apostar a una reversión de la ecuación de poder de hoy en día. Y cuando hablamos de poder no nos referimos, obviamente, al poder que da el uso de la fuerza. Nos estamos refiriendo a un tramado casi artesanal a construirse. Su base fundamental: aumentar nuestra participación en el producto y el comercio mundial, en los flujos del conocimiento, de las nuevas tecnologías y de la inversión productiva de manera de constituirnos en un socio interesante y atractivo en la economía global. Paralelamente a ello debe darse un crecimiento de la presencia internacional de Argentina, de manera que sea observada por la comunidad de naciones como un actor cooperativo y no disruptivo de la misma. También deberemos contar con el respaldo de un trabajo diplomático muy profesional, que no sólo consolide y amplíe el espectro de apoyos sino que impida cualquier avance de Inglaterra en el conflicto.

Argentina deberá invertir mucho capital político por un buen tiempo, para remediar los serios desbarajustes registrados en la política exterior desde 2008. Ese capital debe ser entendido, por una parte, como acuerdos básicos entre sus fuerzas políticas que sean sustentables en el tiempo y, por otra, como una conducta férreamente ajustada a las normas y acuerdos del derecho internacional. Ese capital no es infinito. Lo cual nos llevará a un delicado equilibrio en nuestra agenda internacional. Si en ello podemos acordar los argentinos, Malvinas no debe representar ni la renuncia ni constituirse en el eje excluyente de nuestra política exterior.

Rodolfo H. Gil es diplomático, ex embajador argentino en la OEA

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