Malvinas: el juego brusco no sirve
Si el Reino Unido hiciera una sincera lectura de la realidad, le convendría abrir el camino hacia un arreglo honesto que permita convivir en el área disputada hasta tanto se llegue a una solución conforme con las disposiciones de la ONU.
Por: Fernando Petrella EMBAJADOR, EX VICECANCILLER
Fuente http://www.clarin.com/diario/2010/03/02/opinion/o-02150592.htm
La disputa sobre las Islas Malvinas reaparece en el escenario diplomático.
Una vez más la Argentina y el Reino Unido meditarán, supuestamente con prudencia y sabiduría, cómo conducirse.
Para ello deberían efectuar un análisis realista de la situación y de sus respectivas posiciones, con miras al largo plazo. En lo que hace al Reino Unido, todo indica que es poco atinado generar ahora un entredicho diplomático en el Atlántico Sur.
La responsabilidad muestra que su esfuerzo debería volcarse a solucionar la crisis política global y a preservar el protagonismo de la Unión Europea cuando el poder se equilibra paulatinamente hacia los países emergentes.
Una simple mirada sugiere que no se trata solamente de los BRIC's, cuya influencia nadie discute. Junto a éstos y con similar vocación y perspectivas, aparecen actores como Turquía, Egipto, México, Indonesia, Corea del Sur, Sudáfrica, Chile, Tailandia y Arabia Saudita.
Pero hay más.
Un reciente estudio destaca que la Argentina se ha colocado junto a Dinamarca en el lugar número 28 de acuerdo a su producto interno bruto (Federico Fubini, Corriere della Sera, 21/2/10). Posiblemente muy cerca sigan, entre otros, Perú y Colombia.
Ello demuestra que los países que gravitarán crecientemente son aquellos que apoyan tradicionalmente a la Argentina en su reclamo de soberanía y que aquellos que posiblemente amesetarán su poder son los que, hasta hoy, respaldaron al Reino Unido.
Por esto es que el juego brusco en el Atlántico Sur en materia de recursos no conviene a nadie. Lo que en verdad convendría -en base a una sincera lectura de la realidad por el Reino Unido- es abrir el camino hacia un arreglo honesto que permita convivir en el área disputada hasta tanto se llegue a una solución conforme con las disposiciones de las Naciones Unidas.
Por su parte, Argentina tiene la responsabilidad de retomar las iniciativas llevadas a cabo entre 1989/2001 buscando una verdadera convergencia, jurídicamente preservada, dentro de los lineamientos de la exitosa política instrumentada a partir de la Resolución 2065 del año 1965.
Pero para ello corresponde dar señales claras. No es posible dejar pasar dos años sin designar un embajador idóneo y de prestigio en el Reino Unido o en Italia, país que se solidarizó con la Argentina durante el trágico conflicto bélico, sin que ello sea leído como una verdadera falta de interés en la solución de la disputa y consecuentemente, en liberar para el pueblo argentino los recursos que la misma nos retiene.
Tampoco es buena señal renunciar, en los hechos, a tener presencia visible en el Atlántico Sur y en los canales fueguinos, por ser áreas de nuestra competencia donde no cabe otra efectividad que la propia.
La circunstancia que hasta muy recientemente pareciese no interesarnos -la exploración intensiva de nuestro litoral marítimo- agrega otro elemento inexplicable, sobre todo, frente a aquellos países amigos ante quienes volvemos a pedir apoyo.
Debería ser el Reino Unido quien se preocupara por nuestra presencia legítima y no lo contrario.
Finalmente es imprescindible contar con los medios económicos para implementar una diplomacia activa en todos los temas vinculados al Atlántico Sur y sus recursos.
Argentina debe hacerse fuerte principalmente en las Naciones Unidas y en la OEA, dos organismos con acreditada personería internacional, con membresía no excluyente, y donde el reclamo ha encontrado sólido sustento.
Sería un error y tal vez un retroceso para la eficacia de nuestra diplomacia trasladar la solución de la disputa a terceros o diluirnos en foros de reciente creación y posible utilidad, pero cuyo principal objetivo parecería ser apartar a Estados Unidos y Canadá. Estos importantes países han sido sensibles al reclamo argentino, forman parte de nuestro hemisferio y oportunamente resultarán muy útiles para una solución satisfactoria.
Una urgente preocupación debería ser retomar una cuidadosa política de acercamiento hacia los habitantes de las islas.
El "ganarse el corazón y las almas de los isleños" no es un concepto retórico. Es parte central de cualquier arreglo de conformidad con la práctica internacional tradicional, reforzada desde el fin de la guerra fría.
Debemos entender y aceptar que no existen soluciones inmediatas y absolutas a nuestro justo reclamo y que la solución vendrá gradualmente, luego de un complejo período de cooperación cuidadosamente administrado por ambas partes.
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