miércoles, 29 de marzo de 2017

Lo que deja una guerra

Miradas

Malvinas, 35 años después: lo que deja una guerra

Alberto Amato
Malvinas, 35 años después: lo que deja una guerra
Cementerio de Darwin, Islas Malvinas. (AP Photo/Michelle Winnard)

Una guerra no se olvida. Da igual si el destino nos hizo derrotados o vencedores, una guerra marca para siempre a una tierra y a sus habitantes. Lo único que una guerra deja son tumbas. Y documentos, y testimonios, y relatos de coraje y de cobardía, y milagros en trincheras y bajo fuego; pero todo conduce con resignado fatalismo al destino inevitable: los muertos. Eso queda de Malvinas, a treinta y cinco años. Todavía aparecen archivos secretos, testigos valiosos que deciden romper un pesado silencio; todavía surgen alegatos, justificaciones, rencores, protestas, careos, evidencias. Una guerra no termina nunca. Aquellos jóvenes soldados que lucharon con coraje y heroísmo, porque de eso están hechos los soldados, rondan el medio siglo de vida. No olvidaron, pero siguieron su vida marcados por las trincheras; algunos se abrazaron a sus viejos enemigos. Los muertos, enterrados en Puerto Darwin, quedaron detenidos en ese instante de juventud. Jamás sabremos qué pudieron haber sido. Todavía tratamos de saber quiénes son. No hay guerra heroica. La única batalla homérica es la de mantener la paz.
Descalzos en el parque
Huellas. Lo que fue, puja siempre por aparecer. En la península de Dampier, al noroeste de Australia, descubrieron las pisadas de veintiuna especies distintas de dinosaurios. Hervíboros unos, otros con armadura, depredadores los más marchosos, bípedos los más veloces. Las huellas tienen más de un metro setenta de largo: nuestros abuelos pisaban fuerte. Vivieron en paz hace unos ciento quince millones de años. Dejaron algo más que huellas: la zona es rica en gas natural. Australia piensa obtener 30.500 millones de dólares de su explotación.

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