domingo, 28 de agosto de 2016

Malvinas: ¿qué podemos negociar?


La salida de Gran Bretaña de la UE y el cambio de gobierno en Londres abren la posibilidad de un nuevo abordaje al conflicto argentino-británico en el Atlántico Sur. Cualquier avance, de todos modos, debe empezar por políticas de Estado que aún faltan.
La tentación de volver a la política de “seducción”
Juan Pablo Lohlé.
Ex embajador en Brasil y España.
Director del CEPEI
A partir de 1983 pasaron varias administraciones políticas y todas ellas tuvieron que lidiar con la cuestión Malvinas, que se vive como un sentimiento colectivo de reivindicación nacional de un hecho colonial. Este año se da la particularidad de tener un nuevo gobierno tanto en Argentina como en Gran Bretaña y el mes próximo en Pekín se encontrarán los jefes de Estado de ambos países en el marco del G 20.
Desde la restauración de la democracia cada uno de los gobiernos que asumió intentó delinear una política propia para abordar el tema. Fuimos de las votaciones favorables en la Asamblea de la ONU al argumento que ello no cambiaba la posición de Gran Bretaña. En 1989 reanudamos las relaciones diplomáticas con Londres, se “encapsuló” el diferendo territorial en el famoso “paraguas” de soberanía como reaseguro del reclamo para las partes, iniciando una intensa actividad diplomática y mediática, que incluyó la firma de un conjunto de acuerdos bilaterales.
Además se puso en práctica una suerte de política de “seducción” a los isleños. En los tres períodos presidenciales 2003-2015 se realizó una política de mayor intransigencia, “diferenciándose” con un discurso más duro y reivindicativo, tanto en los gestos como en las actuaciones. Se podría sintetizar diciendo que tuvimos etapas de cooperación y acuerdos, pasando luego a otras de mayor confrontación y distanciamiento.
Un acto de sensatez sería aceptar que no hubo muchos logros, independientemente de quien fuera gobierno por falta de un sistema de consensos básicos entre las fuerzas políticas. El balance bilateral en este largo período favoreció a Gran Bretaña por su política de hecho consumado en pesca, petróleo y medio ambiente. Existe una conciencia general del logro obtenido por la resolución 2065 de Naciones Unidas, durante el gobierno del Dr. Arturo Illia que fue un éxito diplomático importante.
Los treinta años de democracia -recuperada después de perder la guerraaún no fueron suficientes para explorar en sentido profundo cómo establecer pautas acordadas que nos marquen un rumbo eficaz, positivo y de resultados en el diferendo de Malvinas. Es difícil mirar la perspectiva estratégica cuando está en juego la política interna.
Los distintos gobiernos no lograron convertir la cuestión Malvinas en una política de Estado. Hay que destacar que los apoyos regionales a la posición argentina han sido permanentes y efectivos. Otro factor fundamental al cual no se le da la importancia que corresponde es la falta de una política de Defensa para el control efectivo del espacio geográfico marítimo. Es necesario que el sistema de toma de decisión política en el tema Malvinas comprometa a la mayoría del arco político donde prevalezcan los acuerdos más allá de quién gobierne.
Puede existir nuevamente la tentación de un deslumbramiento de expectativas económicas que haga perder el objetivo principal que es político. Separar la relación con Gran Bretaña del conflicto de Malvinas dificulta el equilibrio de las partes. Territorios coloniales como Malvinas o Gibraltar, impiden la relación fructífera entre los países. Un plan de metas con objetivos claros y transparentes puede abrir un camino a transitar con beneficios recíprocos.
Los diferendos entre países a lo largo de la historia se han resuelto con el “transcurso del tiempo o con sangre”. Argentina y Gran Bretaña recorrieron ambos caminos. Pasaron más de treinta años desde el fin de la guerra y la población se conmovió con el primer desfile público de los combatientes en el pasado mes de julio.
También se realizaron encuentros entre ex combatientes británicos y argentinos con expresiones de respeto y reconocimiento de unos a otros. El debate de Malvinas además de ser un diferendo diplomático es una “frontera cultural” donde expresamos cómo vemos el mundo y cómo participamos del mismo. El encuentro de los Jefes de Estado del próximo mes de septiembre será una señal política marcada por la voluntad de los protagonistas

Diplomacia coherente y de pasos sucesivos
Carlos Pérez Llana.
Profesor de Relaciones Internacionales (Universidad Siglo XXI y UTDT)
En su reciente carta al presidente Mauricio Macri, la Primer Ministro británica Theresa May estrenó la diplomacia malvinense post-Brexit. Básicamente “ofrece” una agenda centrada en comunicaciones y levantamiento de la legislación argentina que obstaculiza a los británicos la exploración y explotación de recursos energéticos en esas aguas. Esta “oferta” de Londres merece ser debidamente analizada porque expresa la estrategia resultante de un nuevo contexto político.
El Brexit constituyó un suicidio político para el Reino Unido; por esa razón el gobierno conservador persigue un objetivo muy claro: postergar todo lo posible el inicio de la separación entre Londres y Bruselas. La misión imposible de May es un oxímoron: “irse pero quedarse”. La estrategia de ganar tiempo tiene calendario. Recién en el 2017 pedirá que se habilite el Art. 50 del Tratado de Lisboa que marca el inicio de divorcio, de esa forma posterga todo para el 2019. Recordemos que al día siguiente a la consulta, la Comisión Europea pidió un “trámite urgente” de separación.
Ahora reina un silencio que expresa el temor de ambas partes. Europa, y particularmente Gran Bretaña, ha sufrido una devaluación global en un contexto signado por la incertidumbre estratégica: economía anémica; elecciones a la vista en Alemania y Francia; crecimiento de los populismos; chantaje del gobierno turco que amenaza con romper el compromiso de retener a los inmigrantes, mientras “el mundo de Putin” presiona sobre las fronteras del Este.
En Londres se sabe que el modelo de un “Gran Singapur”, que está detrás de los ideólogos del Brexit, es incompatible con la concepción imperial. Tarde o temprano serán “una City con una Isla”. Así como Margaret Thatcher abandonó en Hong Kong una joya de la Corona, con el tiempo sucederá lo mismo con todo lo que esté asociado a sus redes e intereses globales.
Necesariamente Londres adoptará una diplomacia de transición. Apelará, sin duda, al soft power: una moneda de reserva, pero de menor jerarquía; una lengua; su extendida y calificada red diplomática; su relación con EE.UU.; su presencia en el Consejo de Seguridad; su potencialidad tecnológica, hasta ahora cofinanciada por Europa, y su peso en la OTAN. La diplomacia de transición buscará adaptar el Reino a las nuevas realidades.
Las Malvinas económicamente inviables serán una carga para el Tesoro inglés, de allí la importancia que en la carta la Primer Ministro le asigna a las exploraciones petroleras, en un escenario agravado por la caída del precio del petróleo. En ese marco, el interés argentino es compatible con facilitar la conectividad aérea, a través de la línea de bandera nacional, desde aeropuertos argentinos. Lo que no debiera facilitarse es la exploración de las aguas bajo los criterios británicos. Aquí la política de Estado debe ser la piedra angular de la Argentina. Modificar la legislación en el Congreso requiere debates y consensos.
Haciendo de necesidad virtud, la diplomacia argentina podría abordar una tarea impostergable: definir hasta dónde es posible avanzar en una política de pasos sucesivos, en materia de energía y pesca, orientada al servicio de la recuperación de la soberanía. Si ese consenso se lograra, en ese caso sería posible encarar una política global con Gran Bretaña, que no puede soslayar la cuestión Malvinas.
La construcción de una agenda global es necesaria. Hasta que eso suceda, hay deberes “hacia adentro” que se deben encarar. El país debe contar con una presencia activa en nuestras aguas y poner en evidencia que existe un corte con la política de abandono de la década pasada. La metáfora del rompehielos Almte. Irízar expresa la desidia en las aguas australes.
Para hacer las pruebas finales, luego de reparaciones costosas y prolongadas, debe salir al mar abierto pero está virtualmente “empantanado”, rodeado de sedimentos que requieren ser dragados. No existe apuro. Se recomienda “paciencia estratégica” y política de Estado. Es de esperar que de llegar a realizarse, en el G20, un encuentro Macri/May, luego no ocurra lo que sucede en el caso Venezuela: conflicto de intereses y ambivalencias originados en la Cancillería.

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