03/07/11-Clarin
Hosco, casi aislado, el “gringo” Francisco Fherenbacher fue hallado en un monte de Concordia.
El sabe que fue hace casi 30 años. Sabe que la vida siguió, y que él es un sobreviviente. Pero de tanto echar cerrojos, de tanto tapiar los recuerdos, terminó por acorazarse en el silencio. Dicen los veteranos que fueron a buscarlo que lo encontraron sentado en una silla, en alpargatas y sin medias, hosco, encerrado para adentro. Para adentro de él mismo. Y que los vecinos lo calificaban de “medio perdido, medio agresivo, definitivamente raro”.
Hoy, ya es otro. Alto, porte germano y sonrisa leve, Francisco Fherenbacher ha sido encontrado. “Cabo 1º maquinista”, dice ahora con visible orgullo este ex combatiente de Malvinas.
Nunca hablaba de eso, no quería acordarse. Tal vez por eso, en el pueblo, cuando alguna vez lo mencionó, nadie le creyó .
Sus ex compañeros de guerra del Destructor ARA Comodoro Py lo habían buscado por años y acabaron dándolo por desaparecido. Que se había ido al extranjero, pensaron. Que se había suicidado. Ni siquiera había cobrado una pensión. No estaba en Corrientes, donde había ido tras darse de baja. Nada.
La vida, con esos giros raros que da a veces (“la mano de Dios”, diría Guillermo Pérez, presidente del Centro de Ex Combatientes de Concordia) tenía preparado su regreso. Ocurrió así: “El 26 de mayo nos llama el Intendente de La Criolla –cuenta Pérez–. Querían poner el nombre de un ex combatiente a la nueva aula de informática de la Escuela. Pensamos en algún veterano local, pero nadie sabía de ninguno. Un alumno dio el nombre de Fherenbacher y aclaró que andaba medio loco. Roxana Lanner, que trabaja en la escuela, dijo que su madre lo conocía de chico y que había estado en el ARA Py. Buscamos en los registros digitales y no lo encontramos. Pensamos que era mentira. Roxana persistió; fue a la Policía, averiguó el DNI y encontró el dato: Cabo 1º maquinista”.
Fue recién en el desfile del 20 de junio en Concordia, cuando Pérez logra que otro sobreviviente de la guerra, Roberto Uzín, marino de profesión, diera con la memoria correcta: “Sí, estuvimos juntos en la Armada desde 1974 y juntos en Malvinas.
Llévenme a verlo y lo reconoceré ”.
Llamaron al Edificio Libertad. Figuraba Fherenbacher pero con la H cambiada de lugar, y con error en el documento. Por eso no lo encontraban.
Así que marcharon. Iban con ciertos temores; la gente decía que era un hombre extraño y que, a veces, rompía cosas. Que había estado en la Sala 8 de Salud Mental del Hospital Felipe Heras. Llegaron a un campo sin alambrados, con una casa rodeada de malezas, despintada de rosado antiguo y casi ningún mueble. Allí estaba Fherenbacher. Solo durante el día (vive con su hermano menor Luis, que sale temprano a trabajar y vuelve de noche). Con una mordedura de perro en la muñeca, infectada y sin curar. Sentado como quien se resigna.
- Somos ex combatientes , se presentaron de lejos
- Yo también , gritó él.
Ahora, Fherenbacher camina erguido, con su medalla de ex combatiente al pecho, buzo polar beige, jeans, zapatos, gorro azul. Sus amigos, los veteranos, le llevaron todo eso. Y comida. Algunos vinieron desde 700 kilómetros de distancia para verlo.
Tiene 57 años. “No aparento, ¿eh?”, se ríe. En 1986 pidió la baja. “Yo no quería recordar. Sólo hablaba de la guerra a veces, con mi hermano. Ahora vinieron los ex combatientes, comimos un asado. Claro que estoy contento; hay compañeros que hace 30 años no veía”, cuenta.
Los recuerdos aparecen deshilvanados. “Yo sabía que había pensiones del Gobierno pero no fui a buscarlas. No quería nada. La bronca…, la bronca de que nos engañaban… La Marina; que estábamos ganando la guerra, decían… Pero íbamos perdiendo. Murieron compañeros. El Comandante nos mandó, unos al General Belgrano y otros al Py. Yo tenía que ir al Belgrano y al final fue un compañero, y yo al Py. Murió allá. Si yo hubiera estado en el Belgrano no estaba acá. Cuando un barco se hunde se hace un aire que te chupa para abajo… Se murieron…”.
Ahora, con los encuentros, dice que está contento. Se tapa los ojos claros con las manos y queda callado. Cuando las quita, tiene brillosa la mirada. Lo que había quedado atrás vuelve. “Pero no me pone mal”, dice. Recuperó 30 años de golpe. Pérez lo explica a su modo: “A veces nos hace falta reencontrarnos para llorar. En la guerra, uno ama a Dios y al compañero, nada más. Si el compañero vive, uno también puede vivir”.
En estos años, Fherenbacher se casó, tuvo tres hijos, se separó, vivió de changas. Habita la casa que sus padres construyeron en 1946. “No trabajo ahora. Mi hermano me ayuda”. Los ex combatientes lo llevaron a la Policía y a la ANSES para sacar documento y gestionar pensiones. Físicamente no está bien, dicen ellos. Pero comenzó a recuperar el espíritu. Ahora, un aula de la escuela lleva su nombre. El ex combatiente desaparecido ha sido encontrado. Volvió a llorar con los suyos. Volvió a mirar los recuerdos a la cara. Francisco Fherenbacher está de vuelta.
Nunca hablaba de eso, no quería acordarse. Tal vez por eso, en el pueblo, cuando alguna vez lo mencionó, nadie le creyó .
Sus ex compañeros de guerra del Destructor ARA Comodoro Py lo habían buscado por años y acabaron dándolo por desaparecido. Que se había ido al extranjero, pensaron. Que se había suicidado. Ni siquiera había cobrado una pensión. No estaba en Corrientes, donde había ido tras darse de baja. Nada.
La vida, con esos giros raros que da a veces (“la mano de Dios”, diría Guillermo Pérez, presidente del Centro de Ex Combatientes de Concordia) tenía preparado su regreso. Ocurrió así: “El 26 de mayo nos llama el Intendente de La Criolla –cuenta Pérez–. Querían poner el nombre de un ex combatiente a la nueva aula de informática de la Escuela. Pensamos en algún veterano local, pero nadie sabía de ninguno. Un alumno dio el nombre de Fherenbacher y aclaró que andaba medio loco. Roxana Lanner, que trabaja en la escuela, dijo que su madre lo conocía de chico y que había estado en el ARA Py. Buscamos en los registros digitales y no lo encontramos. Pensamos que era mentira. Roxana persistió; fue a la Policía, averiguó el DNI y encontró el dato: Cabo 1º maquinista”.
Fue recién en el desfile del 20 de junio en Concordia, cuando Pérez logra que otro sobreviviente de la guerra, Roberto Uzín, marino de profesión, diera con la memoria correcta: “Sí, estuvimos juntos en la Armada desde 1974 y juntos en Malvinas.
Llévenme a verlo y lo reconoceré ”.
Llamaron al Edificio Libertad. Figuraba Fherenbacher pero con la H cambiada de lugar, y con error en el documento. Por eso no lo encontraban.
Así que marcharon. Iban con ciertos temores; la gente decía que era un hombre extraño y que, a veces, rompía cosas. Que había estado en la Sala 8 de Salud Mental del Hospital Felipe Heras. Llegaron a un campo sin alambrados, con una casa rodeada de malezas, despintada de rosado antiguo y casi ningún mueble. Allí estaba Fherenbacher. Solo durante el día (vive con su hermano menor Luis, que sale temprano a trabajar y vuelve de noche). Con una mordedura de perro en la muñeca, infectada y sin curar. Sentado como quien se resigna.
- Somos ex combatientes , se presentaron de lejos
- Yo también , gritó él.
Ahora, Fherenbacher camina erguido, con su medalla de ex combatiente al pecho, buzo polar beige, jeans, zapatos, gorro azul. Sus amigos, los veteranos, le llevaron todo eso. Y comida. Algunos vinieron desde 700 kilómetros de distancia para verlo.
Tiene 57 años. “No aparento, ¿eh?”, se ríe. En 1986 pidió la baja. “Yo no quería recordar. Sólo hablaba de la guerra a veces, con mi hermano. Ahora vinieron los ex combatientes, comimos un asado. Claro que estoy contento; hay compañeros que hace 30 años no veía”, cuenta.
Los recuerdos aparecen deshilvanados. “Yo sabía que había pensiones del Gobierno pero no fui a buscarlas. No quería nada. La bronca…, la bronca de que nos engañaban… La Marina; que estábamos ganando la guerra, decían… Pero íbamos perdiendo. Murieron compañeros. El Comandante nos mandó, unos al General Belgrano y otros al Py. Yo tenía que ir al Belgrano y al final fue un compañero, y yo al Py. Murió allá. Si yo hubiera estado en el Belgrano no estaba acá. Cuando un barco se hunde se hace un aire que te chupa para abajo… Se murieron…”.
Ahora, con los encuentros, dice que está contento. Se tapa los ojos claros con las manos y queda callado. Cuando las quita, tiene brillosa la mirada. Lo que había quedado atrás vuelve. “Pero no me pone mal”, dice. Recuperó 30 años de golpe. Pérez lo explica a su modo: “A veces nos hace falta reencontrarnos para llorar. En la guerra, uno ama a Dios y al compañero, nada más. Si el compañero vive, uno también puede vivir”.
En estos años, Fherenbacher se casó, tuvo tres hijos, se separó, vivió de changas. Habita la casa que sus padres construyeron en 1946. “No trabajo ahora. Mi hermano me ayuda”. Los ex combatientes lo llevaron a la Policía y a la ANSES para sacar documento y gestionar pensiones. Físicamente no está bien, dicen ellos. Pero comenzó a recuperar el espíritu. Ahora, un aula de la escuela lleva su nombre. El ex combatiente desaparecido ha sido encontrado. Volvió a llorar con los suyos. Volvió a mirar los recuerdos a la cara. Francisco Fherenbacher está de vuelta.
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