miércoles, 21 de abril de 2010

Me duelen Las Malvinas

En 1982, mi hijo menor, Guillermo Raúl Torres, con apenas 17 años recién cumplidos y a un año de haber ingresado como aspirante a la Armada Argentina en Bahía Blanca, recibió la orden de subir al barco "Bahía Buen Suceso", con la misión de llevar provisiones a los soldados que ya estaban en las Islas.
Al llegar, fueron bloqueados e incorporados para la lucha. Era un niño que recién estaba conociendo lo que era un barco. Desde ese lugar les permitieron avisar a sus familias donde se encontraban. Lógicamente, caí desmayada.
No lo olvido más, el 17 de mayo, Día de la Armada Argentina, desde canales "extranjeros" relatan que dicho barco había sido bombardeado.
Ese día yo cumplía 50 años, llorando busqué información y, fríamente, me contestaron que sería la primera en saber si mi hijo había muerto.
Hoy, a 28 años de lo sucedido, con 45 años de mi hijo y a mis 77, no hemos podido procesar todavía el recuerdo de tanto sufrimiento. Aún no puede contarme todo ni cómo lo vivió. Sé, como todos, que pasaron hambre, frío y mal trato de sus superiores.
Uno de ellos castigó a mi hijo enviándolo a la intemperie. El movía los pies para evitar que se le congelaran y esa misma persona ordenó entonces que le estaquearan las piernas para que no pudiera hacer movimiento alguno.
Según pude escuchar, en uno de los últimos combates los hicieron encolumnar y, en esas circunstancias, cayó una esquirla de una bomba, que mató frente a sus ojos a su gran amigo de Entre Ríos, de su misma edad. Con la rendición, estuvo prisionero. Le daban apenas un pan, un huevo y un vaso de agua al día.
Por todo ello, y por todo lo que no sé, a pesar de la contención de su esposa y sus dos hijos adolescentes de 17 y 12 años, trato de entender sus silencios y sus tristezas.
Me duele el corazón de ver las consecuencias de Malvinas, que socialmente continúan repercutiendo en los que vivieron esa guerra. A mi juicio, los argentinos no hemos dimensionado aún ese conflicto.
En otros países los ex soldados gozan de pleno reconocimiento. Yo tengo en mis manos lo que él me regaló, dos medallas que tienen grabado: "Mención de Honor" y "La Nación, a sus héroes", con su nombre y apellido.Ahora estamos golpeando muchas puertas y no se abren.
Mi hijo ha presentando currículums en todo Buenos Aires dejando constancia que es veterano de guerra, pero sin resultados. Mientras colabora ad honorem en un área de PAMI, toma cuanto trabajo encuentra, el último, portero de una escuela.
Ya agotó la indemnización de un banco privado y con la pensión que recibe sólo paga el alquiler de su casa en Beccar.
Con esperanza, apelo al director de PAMI, Luciano Di Césare, un graduado de la Universidad Nacional de Cuyo, de donde soy jubilada con 42 años servicios interrumpidos, como jefe de personal de la Facultad de Filosofía y Letras.
Me gustaría que tomara conocimiento de nuestra situación para que considere la designación de mi hijo y que nuevamente tenga la posibilidad de un trabajo digno.
Le abraza fuerte una madre que confía en su buena voluntad.
Edilia Sánchez Novero
ediliasancheznovero@hotmail.com
Fuente: Cartas al pais de Clarin del 04/04/2010

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